Problematizando la historia del mestizaje y la nación
Llevo varios años viviendo en Europa, conviviendo con personas de distintos países y orígenes étnicos y, con el tiempo, he notado que mi apariencia “étnicamente ambigua” suele despertar cierta curiosidad en la gente. Aunque no deseo entrar en detalles, pues no considero que mis rasgos fenotípicos sean particularmente interesantes, aclaro que soy mexicana y española. No obstante, nunca he vivido en España ni me he sentido especialmente vinculada con esa cultura, por lo que, cuando me preguntan de dónde soy, siempre respondo que vengo de México. En la mayoría de los casos, esa respuesta basta. Sin embargo, en ocasiones surgen preguntas más específicas sobre mis orígenes o sobre la “raza” con la que me identifico.
He de admitir que cuando comencé a recibir estas preguntas, no tenía las palabras adecuadas para responder. Usualmente decía que me identificaba como mestiza, que esto era la combinación de ascendencia indígena y europea, y que esa era la categoría identitaria más común en México. Pero nunca me sentía completamente satisfecha con esa explicación, pues no todos los mestizos se ven igual, ni todos viven las mismas experiencias. Algunos logramos pasar por blancos en ciertos contextos; otros no. Además, ¿Qué personas mestizas conozco que realmente se sientan conectadas con sus raíces indígenas o europeas? El mestizaje, más que una respuesta definitiva, siempre me parecía una especie de promedio estadístico con demasiadas excepciones.
Esta dificultad para encontrar las palabras se hacía aún más evidente cuando buscaba respuestas en mis años formativos. Habiendo crecido en México, escuché innumerables veces la frase de que “nuestro país no es racista, sino clasista”. Pero esa explicación tampoco me parecía suficiente. La relación entre raza y clase está profundamente entrelazada: el color de piel y la posición económica se refuerzan mutuamente en una dinámica que rara vez se cuestiona abiertamente. “Como te ven, te tratan”, otro dicho problemático, muchas veces ha sido acompañado de prejuicios y comentarios sobre el color de piel de la gente.
Esta insistencia en negar el racismo genera contradicciones entre exaltaciones y prejuicios al hablar de la raza. Sí, recuerdo a mis profesores de historia celebrando el nacimiento de la “raza mestiza” al narrar la caída de Tenochtitlán. Pero también recuerdo el sonido de aprehensión en la voz de mi padre cuando me preguntaba si alguna vez había experimentado racismo en el extranjero. ¿Cómo podemos afirmar que en México no hay racismo cuando el 28,2% de la población indígena y el 37,1% de la población afrodescendiente reportan haber experimentado discriminación? (INEGI, 2025). ¿Cómo podemos decir que sólo se trata de la clase social cuando la apariencia física determina nuestras oportunidades desde el nacimiento?
Aunque sé que estos temas se han venido tratando con mayor frecuencia y apertura en los últimos años, me pregunto qué tanto hemos identificado los orígenes del racismo y el “mestizaje” como uno mismo y qué tanto estamos dispuestos a digerir lo que encontremos al final de dicha búsqueda.
Una breve historia de un viejo concepto
Para entender esta discrepancia entre un consenso colectivo que se percibe anti-racista y la realidad de la mayoría de los mexicanos, tenemos que analizar la “raza” y la “nación” como constructos sociales, y encontrar sus orígenes en estrategias para la formación del Estado mexicano basadas en la eugenesia, el racismo científico, y el infame “mito del mestizaje”.
Lo que la mayoría de nosotros aprendimos en nuestras clases de historia es que el término “mestizo” proviene de un pasado colonial. Lo interesante es que, casi desde su concepción, el mestizo ya estaba institucionalizado e integrado a la burocracia novohispana. Si vemos las pinturas de castas del siglo XVIII, podemos ver en detalle todas las combinaciones entre las castas raciales del territorio. Es decir, la identidad mestiza ya venía siendo imaginada desde hace siglos.
Lo que le hacía destacar durante esta época era la posibilidad de "mejora" a través de la aculturación. A los mestizos se les ofreció la promesa de la perfectibilidad de su raza; podían ascender en la escala social mediante el matrimonio o el rechazo de su cultura indígena (Knight, 1990). Si bien es interesante analizar las relaciones de poder racial en la época colombina, me interesan más como una base para lo que pasó a principios del siglo XX. Sí, bien, los mestizos de la colonia de la Nueva España, o del período postindependiente, no son los mestizos del México contemporáneo, ya que con el tiempo su identidad se ha ajustado y se ha vuelto más hegemónica.
Ahora, venimos hablando de razas, y aunque creo que queda claro, abro paréntesis para especificar que ocupo este término por conveniencia y no como algo natural. La raza es un constructo social, puesto que no existe evidencia científica validada y contundente que proponga lo contrario. Ahora, si bien se habla de constructos sociales, esto no significa que les debamos ignorar, pues sus efectos son reales y poderosos. Reducir la raza a un mero constructo social sin mayores consideraciones es contraproducente, pues ayuda a la negación de problemas derivados de ello.
Por otro lado, las naciones se construyen mediante un cambio radical de conciencia y relaciones sociales; conllevan un cambio social significativo y representan una ruptura con el status quo ante. El paso de la relegación del mestizo a la celebración de dicho individuo lo denota. El inicio del siglo XX, marcado por el apogeo mundial del nacionalismo (Hobsbawm, 1990), marcó un interbellum en la historia de México; por lo tanto, también allí fue el momento perfecto para profundizar y definir a México y sus mexicanos.
En el “Norte Global”, cuando se habla de una conciencia común y naciones, frecuentemente se hace referencia al libro «Comunidades Imaginadas» de Benedict Anderson, pues ha servido de base para el análisis de la construcción nacional y el nacionalismo. Propone la idea de que las naciones se forman mediante una adquisición colectiva y conectada de conciencia (Anderson, 1983). Sin embargo, creer que la autoconciencia nacional es el único catalizador de la formación nacional lleva a ignorar las complejidades en las que los seres humanos se perciben a sí mismos y a sus grupos (Hobsbawm, 1990). Los mexicanos no adquirieron este título mediante una simple autoconciencia; no existía «México» antes de la conquista española, ni un sentido estable de nación entre la Independencia y la Revolución.
Lo mexicano se construyó mediante las técnicas nacionalistas de las élites intelectuales mexicanas de las décadas de 1920 y 1930, las cuales se basaron principalmente en la «raza». Aunque la identificación racial se prohibió en los documentos legales hace casi un siglo, como una ruptura con el sistema de castas de la Nueva España, la sociedad mexicana siguió siendo altamente racista (Knight, 1990), lo que con el tiempo consolidó la identificación individual no con la nación, sino con la casta. Alexandra Minna Stern (2003) relata cómo, consecuentemente, las élites utilizaron la identidad mestiza mayoritaria como una herramienta pragmática para la congruencia nacional.
Esto nos muestra que la identidad mestiza es volátil y cambiante; se moldea según el entorno político y social del momento (Saldaña Tejeda, 2013). Por ello, el mestizo ha desempeñado diferentes roles a lo largo del desarrollo de la nación mexicana. Pasaron de ser un hijo no deseado de la Nueva España a convertirse en la herramienta más poderosa para la construcción de la nación tras el turbulento proceso revolucionario (Stern, 2003). Intelectuales como José Vasconcelos y Manuel Gamio, quienes a menudo colaboraron con el gobierno, dedicaron sus carreras al estudio de la demografía del país y a la unificación de la nación a través de la raza. Sus proyectos a menudo giraban en torno al tema del mestizaje y sus contradicciones: para tener una población homogénea, todos debían ser híbridos.
Vasconcelos sugirió la raza mestiza como herramienta para la integración nacional, ya que la consideraba un «faro espiritual de la civilización hispánica» en su libro «La raza cósmica». Creía en la posibilidad de una «raza americana» superior a cualquier otra. Al mismo tiempo, Gamio creía que los mestizos solo podían mantener relaciones interraciales con sus homólogos europeos, ya que se beneficiarían tanto social como biológicamente. Fue así como Gamio y Vasconcelos contribuyeron a configurar el panorama racial de la eugenesia en México (Stern, 2003).
Sin embargo, a diferencia de otros proyectos nacionalistas en todo el mundo, las élites optaron por un enfoque neolamarckista, en lugar de uno socialdarwinista. En esencia, creían en la Teoría de la Herencia de las Características Adquiridas de Jean-Baptiste Lamarck, que proponía que los cambios en un adulto, causados por factores externos, podían transmitirse a su descendencia. Esto dio lugar a una serie de proyectos en nombre de la salud pública por parte de la Sociedad Mexicana de Eugenesia (SME), activa hasta la década de 1970, que incluían el escrutinio y la cosificación de los grupos indígenas en México, junto con censos y encuestas para la «optimización» de la población (Stern, 2003).
Aunque la sociedad se fundó inicialmente para contrarrestar una perspectiva occidental, terminó reproduciendo sus doctrinas. Además, la SME seguía siendo eurocéntrica y bastante conservadora en su esencia, y creía que la utopía del mestizaje era deseable mientras más blanca fuera. Así, se embarcaron en un programa financiado por el gobierno para moldear el mosaico racial del país, bajo la Ley General de Población. Al mismo tiempo, fomentaron la migración europea a México, no como una aceptación del multiculturalismo, sino como una celebración de la blanquitud. Algunos académicos prefieren referirse a este período de pseudociencia y neolamarckismo como «mestizofilia» (Stern, 2003).
¿Dónde quedan los demás mexicanos?
Los llamados de cohesión de la mestizofilia se basaban a menudo en la exclusión de grupos que los eugenistas consideraban indeseables. Por lo tanto, el mito del mestizaje alimentó activamente las prácticas racistas contra grupos históricamente desfavorecidos, como las comunidades chinas, africanas, sirias y muchas otras que habita(ba)n el territorio mexicano (Stern, 2003). En primer lugar, dado que el mestizaje promueve una aversión a lo «más oscuro», a menudo conduce a la exclusión de los afromexicanos de la narrativa del país y a la suposición ontológica de que no hay personas negras en México. La socióloga Mónica P. Moreno Figueroa (2022) argumenta que esto cumplía la función de preservar la identidad nacional, lo que explica el reconocimiento constitucional de los mexicanos negros recién en 2019 y la disponibilidad de una autoidentificación negra en el censo nacional solo desde 2020.
En segundo lugar, las comunidades asiáticas en México también sufrieron un tipo de violencia sistémica que rara vez se aborda. Por ejemplo, los chino-mexicanos del norte fueron víctimas de odio, ataques violentos y legislaciones en su contra, ya que no se asemejaban al prototipo ideal del mexicano (Rénique, 2003). No obstante, el gobierno legitimó esta segregación y maltrato con la excusa de que buscaba contrarrestar los efectos nocivos del opio chino en el país. En particular, el estado de Sonora llegó incluso a prohibir la inmigración china en algún momento, y en Mazatlán un comité antichino operó durante alrededor de una década (Morales Sales, 2011).
Unas últimas consideraciones
No tengo recomendaciones ni conclusiones definitivas. Más bien, pienso en el concepto de mimicry de Homi Bhabha (1994) como esa tensión entre la imitación y la subversión, entre parecerse y diferir, como una metáfora útil para comprender la identidad mexicana. La lógica del mestizaje requiere la negociación de la apariencia física, ya que el color de la piel es relacional y obtiene su valor a través de la comparación y el contexto. Por lo tanto, a través del lente del mestizaje, es imposible que los cuerpos mestizos no sean comparados. Se nos termina promoviendo la idea de que la raza de una persona es maleable y perfectible, posicionando a los mestizos en un malestar constante (Moreno Figueroa, 2012).
Por un lado, las formas que adoptó el nacionalismo posrevolucionario no fueron necesariamente las de un fortalecimiento armónico de la nación. La xenofobia, el colorismo, la pigmentocracia y el clasismo en México comparten un mismo origen: el mito del mestizaje. Esto no implica ignorar la influencia del sistema de castas colonial ni del racismo científico que se expandió globalmente en el siglo XIX, sino más bien subrayar que las bases del pensamiento racial en México se consolidaron junto con la propia formación del Estado.
Por otro lado, reconocer esto me resultó difícil, pues implicaba cuestionar los cimientos de una partecita de mi identidad. Sin embargo, comprender el mestizaje de manera más profunda, no como una media aritmética que diluye diferencias, sino como una media armónica que reconoce las tensiones y desigualdades que dieron forma al país, me ha permitido aproximarme a una visión más honesta de esta amalgama identitaria.
Referencias
Anderson, B. (1983). Imagined Communities: Reflections on the Origin and Spread of Nationalism. Verso. https://doi.org/10.1093/fmls/cqp012
Bhabha, H. (1994). The Location of Culture. Routledge.
INEGI. (2025). Estadísticas a propósito del Día Internacional de la Eliminación
de la Discriminación Racial (Comunicado de Prensa 50/25). https://www.inegi.org.mx/contenidos/saladeprensa/aproposito/2025/EAP_DiscRacial.pdf
Hobsbawn, E.J. (1990). Nations and nationalism since 1780. Cambridge University Press. https://doi.org/10.1017/CCOL0521439612
Knight, A. (1990). The Mexican Revolution, Volume 1: Porfirians, Liberals and Peasants. University of Nebraska Press.
Morales Sales, E.S. (2011). 60 años de xenofobia en México. Memoria del tercer encuentro internacional sobre el poder en el pasado y el presente de América Latina, 3, pp. 253-263.
Moreno Figueroa, M.G. (2012). “Linda morenita”: El color de la piel, la belleza y la política del mestizaje en México. Entretextos.
Rénique, G. (2003). Race, Region and Nation: Sonora’s Anti-Chinese Racism and Mexico’s Postrevolutionary Nationalism, 1920s-1930s. En N.P. Appelbaum, A.S. Macpherson & K.A. Rosemblatt (Eds.), Race and Nation in Modern Latin America (pp. 211-262). University of North Carolina Press. 10.1353/tam.2005.0042.
Saldaña Tejeda, A. (2013). Racismo, proximidad y mestizaje: el caso de las mujeres en el servicio doméstico en México. Trayectorias, 15(37), pp. 73-89.
Stern, A.M. (2003). Mestizophilia to Biotypology: Racialization and Science in Mexico, 1920-1960. En N.P. Appelbaum, A.S. Macpherson, & K.A. Rosemblatt (Eds.), Race and Nation in Modern Latin America (pp. 187-210).