La salud mental es colectiva

Hace poco leí un texto publicado en El País escrito por la lectora Marta Fernández López que decía lo siguiente: "La terapia ayuda, es indudable, pero la salud mental es una responsabilidad colectiva, social y que no puede ocurrir únicamente entre cuatro paredes". Esto me llevó a reflexionar sobre el derecho al cuidado, a ser cuidado y al autocuidado y su conexión innegable con la salud mental. 

El derecho al cuidado, ser cuidado y al autocuidado está relacionado con el trabajo de cuidados, ya que este permite su ejercicio. El trabajo de cuidados, tanto remunerado como no remunerado, es una parte esencial para el funcionamiento de la sociedad, ya que sostiene la vida y el bienestar de las personas. Sin embargo, estas tareas, como el mantenimiento del hogar, la crianza, el cuidado de enfermos y personas mayores, al haber sido histórica y sistemáticamente invisibilizadas y feminizadas, han recaído de manera desproporcionada en las mujeres. 

Estas labores suelen ser profundamente feminizadas porque son trabajos considerados “naturales” o “instintivos” para las mujeres. Asimismo, son dadas por sentado y, por lo tanto, menos valorados. No obstante, cuidar ha sido fundamental para que las comunidades prosperen. 

En el feminismo se habla de las tres “R” del cuidado: reconocimiento, reducción y redistribución. Primero, necesitamos reconocer que el cuidado es un trabajo porque requiere tiempo, esfuerzo, conocimiento, habilidades y es esencial tanto individual como colectivamente.  Segundo, es urgente reducir la carga que históricamente ha recaído sobre las mujeres, ya que esto perpetúa la desigualdad de género. Y tercero, se requiere una redistribución justa de estas labores entre todos los géneros, entre lo privado y lo público, ya que es algo que nos concierne a todos. 

Recientemente, también se ha propuesto agregar una cuarta R: racializar. Esto como resultado de que las personas racializadas, como mujeres migrantes y personas de comunidades marginadas, son quienes más asumen estos trabajos de cuidado en condiciones precarias y mal pagadas. Esta cuarta R invita a reconocer las desigualdades raciales que estructuran el trabajo de cuidado, para así visibilizar y cuestionar lo que enfrentan estas personas.

A partir de la necesidad de reconocer, reducir y redistribuir el trabajo de cuidados, surge la importancia de garantizar el derecho a cuidar, ser cuidado y al autocuidado. 

Vivimos en una sociedad que nos presenta la independencia, la autosuficiencia y la autonomía como ideales en la adultez, como si en esta etapa no tuviéramos la necesidad de ser cuidados. Por el contrario, se nos asigna la responsabilidad de cuidar a quienes nos rodean, ya sea a las infancias o a los adultos mayores. Sin embargo, en cualquier etapa de la vida, desde que nacemos hasta que morimos, todos requerimos ser cuidados de una forma u otra. 

Cuidar no solo se limita a atender a alguien enfermo; también incluye acciones tan básicas pero necesarias como mantener un hogar limpio, tener tres comidas diarias, comer adecuadamente y balanceado, tener tiempo de ocio y descanso etc. Asimismo, el autocuidado es parte fundamental de esta ecuación y no debería ser un privilegio, ni algo que dejemos al final de nuestras prioridades. Merecemos tiempo para hacer ejercicio, convivir con la familia y las amistades, tener hobbies, ir a terapia y, en general, para cuidar de nosotros mismos. 

También, para poder cuidar es importante que uno esté bien. El autocuidado resulta esencial para estar en condiciones de cuidar a otras personas. Desafortunadamente el “síndrome del cuidador quemado” es una realidad frecuente que pueden padecer las personas que asumen estas labores sin apoyo ni reconocimiento.

A pesar de la reciente concienciación sobre la salud mental, persiste una visión individualista que coloca el bienestar mental como una responsabilidad personal. La salud mental, al ser parte del cuidado no es personal, es colectiva. Si bien la terapia ayuda, como señala Marta, no es suficiente si vivimos en un entorno lleno de estrés, ansiedad, jornadas laborales agotadoras, largos traslados, mala alimentación, y condiciones de vida poco saludables. La salud mental depende en gran medida del entorno, de una red de cuidados sólida, eficiente, efectiva y accesible.

Cuidar de nuestra salud mental y del bienestar de quienes nos rodean no es solo una cuestión individual, es una necesidad colectiva y, en muchos sentidos, un acto político porque lo personal es político. Las experiencias individuales están conectadas con estructuras políticas, sociales y culturales. Como sociedad, debemos avanzar hacia un sistema de cuidados que permita a todas las personas no solo cuidar, sino también ser cuidadas y practicar el autocuidado.

Natalia Godínez

Internacionalista e investigadora con enfoque en estudios de género. Tiene experiencia y conocimientos en derechos humanos y migración.

Busca aportar una mirada crítica y comprometida con la transformación social.

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Sistema de cuidados: una conciliación entre la esfera privada y la esfera pública