Devorados en la oscuridad: la lógica del canibalismo en el crimen organizado

<<Nunca digas “de esta agua no beberé”>>

“Quien le corta la cabeza a un semejante es capaz de cualquier crimen”, escribió Sergio González Rodríguez. Si hablara de canibalismo, le daría la razón. Este texto trata sobre eso: los cuerpos que se comen, pero también sobre los significados que tragan. El canibalismo, en el mundo del crimen organizado, no es sólo brutalidad: es método, es mensaje, es frontera entre los que son y los que ya no pueden volver a ser.  

Tanto el asco como el miedo comparten un componente de aversión, explica William Ian Miller. El miedo nos impulsa a huir, mientras que el asco genera el deseo de que desaparezca aquello que nos repugna. No obstante, aunque huir pueda ser una forma de hacer desaparecer el objeto que nos provoca asco, las formas de escape generadas por el miedo y por el asco son distintas. El término horror, siempre según Miller, describe de manera precisa el asco que infunde el miedo, con la nota de que éste únicamente tiene sentido como experiencia intensa, es decir, no permite graduación como sí lo hace el asco. Este ensayo es horrible en el sentido que Miller le otorga a la palabra.

 Además de ser horrible, el ensayo aborda un tema tabú: el canibalismo y la antropofagia. A través de un análisis de la genealogía de la palabra y su etimología polinesia, el psicoanalista Sigmund Freud encuentra múltiples significados para tabú, tales como sagrado, santificado, prohibido e impuro. Finalmente, llega a la conclusión de que una expresión equivalente podría ser horror sagrado. Las restricciones del tabú, nos dice Freud, a diferencia de las restricciones morales o religiosas, prohíben en sí mismas, carecen de fundamentación conocida y son incomprensibles. En resumen, pretendo reflexionar sobre las complejas y enigmáticas implicaciones del horror sagrado que es inherente al canibalismo del submundo criminal y que trasciende las meras normas sociales o religiosas.

 Pero antes de adentrarme en el análisis, merece la pena notar que el canibalismo y la antropofagia no tienen exactamente el mismo significado, aunque a menudo sean utilizadas como sinónimas. El antropólogo Gananath Obeyesekere diferencia entre ambos conceptos. El término canibalismo, explica, se ha utilizado históricamente para describir prácticas alimenticias en las que se consumen seres humanos con motivos rituales o como parte de un acto de violencia y dominación. En contraste, el término antropofagia es empleado por él para referirse a la práctica de comer carne humana en un contexto ritual que implica la creencia en la adquisición de poderes o cualidades especiales a través de este acto. Con tal distinción queda subrayada la importancia de comprender las prácticas alimenticias dentro de su contexto cultural y simbólico, y cómo los términos empleados para describirlas pueden reflejar diferentes perspectivas y significados.

Cronos y Cristo

En el corazón de la mirada occidental hacia el canibalismo yace el concepto del canibalismo simbólico, ejemplificado por imágenes como la de Cronos devorando a sus hijos en la mitología griega y, más tarde, por la práctica ritual de la Comunión Cristiana. Estos actos caníbales, aunque simbólicos, han sido interpretados como metáforas fundacionales de civilizaciones prominentes. El primero, arraigado en la mitología helénica, representa su esencia misma: dioses contra titanes y eventual victoria de los primeros sobre los segundos. El segundo, en cambio, con sus raíces en comer el cuerpo de Cristo, se erige como una metáfora creadora de la civilización cristiano-romana. Son representaciones simbólicas del canibalismo que revelan la complejidad de las narrativas culturales y religiosas occidentales, así como su influencia perdurable en la percepción y comprensión de esta práctica tabú tan fascinante como horripilante.

Posteriormente, nos encontramos con un canibalismo material, no ya simbólico, que nos resulta escandaloso y es condenado por ser un tabú en nuestra cultura. El canibalismo escandaloso se ilustra de manera impactante en eventos como el trágico naufragio de la Balsa del Medusa, donde colonos franceses durante la Ilustración, destinados a África con la misión de civilizar, se vieron obligados a consumirse entre sí para sobrevivir. El suceso generó un horror inimaginable en su momento. Otro ejemplo es el caso de los hawaianos que cocinaron al capitán James Cook con la intención de extraer sus huesos, un acto que también estremeció e impactó a la opinión pública. Asimismo, se puede encontrar en las crónicas sobre los “salvajes” de la América prehispánica, en las que se relatan prácticas caníbales entre algunas comunidades indígenas.

En el otro extremo del espectro del canibalismo escandaloso, encontramos la perspectiva del canibalismo relativista, centrado en la relatividad cultural y moral de la práctica. Un ejemplo destacado de la visión relativista del canibalismo puede encontrarse en las reflexiones de Michel Montaigne en el siglo XVI, quien afirmó: “cada cual llama barbarie a aquello a lo que no está acostumbrado”, al referirse al canibalismo en las colonias, precisamente. Una declaración así resalta la idea de que los estándares de lo considerado como aceptable e inaceptable varían de cultura a cultura y de costumbres a costumbres. Además, Claude Lévi-Strauss contribuyó a esta perspectiva al proclamar que “todos somos caníbales”, al examinar la diferencia entre la práctica de ingerir las cenizas de los difuntos en algunas culturas amazónicas como un acto de curación, y las personas que se benefician de terapias médicas que involucran la inyección de hormonas derivadas de cuerpos humanos. Quizás lo más apropiado habría sido decir que todos somos antropófagos, pues la curación a base de otros cuerpos implica algún tipo de ritual mágico e incomprensible.

En el espectro intermedio entre las perspectivas extremas del canibalismo, surge el concepto del canibalismo heroico, contextualizado en situaciones extremas de supervivencia. El canibalismo heroico se ilustra vívidamente en relatos como el de La sociedad de la nieve, en el cual individuos enfrentados a condiciones adversas se ven obligados a recurrir al consumo de carne humana para sobrevivir. Un precedente histórico de este fenómeno se encuentra en las Siete Partidas medievales, en las cuales se establecieron normas permisivas para que los padres consumieran la carne de sus propios hijos en caso de sitio o asedio, como único recurso para evitar la inanición. El canibalismo heroico, aunque surgido de circunstancias extremas, plantea dilemas éticos y morales sobre la naturaleza humana y los límites de la supervivencia en situaciones desesperadas, así como la flexibilidad de un tabú.

El caso de Francisco: el castigo de los sicarios

En el verano del 2019, InSight Crime publicó un reportaje que narra la historia de Francisco, reclutado por el Cártel Jalisco Nueva Generación para desempeñarse como sicario. Mediante engaños y mentiras, víctima de la trata de personas con fines de trabajo forzado, terminó en un centro de entrenamiento –aunque yo más bien le diría campo de concentración– y, en ánimos de salvar su vida, se vio obligado a seguir las barbaridades que sus superiores le mandaban ejecutar imperativamente.

La primera lección por aprender resultó fatal para uno de los compañeros de Francisco. La tarea sería ensamblar una pistola, operación aparentemente sencilla, pero aquel desafortunado que no logró hacerlo correctamente pagó con su vida. El jefe le disparó y, acto seguido, preguntó “¿cuál es la primera regla?” y los comandantes respondieron al unísono “¡sin cuerpo no hay delito!” Así, el jefe ordenó a los reclutas que cortaran el cuerpo en cachitos y, al terminar, que se comieran algunas de las partes del cadáver. Era evidente que cualquier desobediencia significaba una sentencia segura de ser el próximo en desaparecer bajo las sombras de la sierra jalisciense.

Antes de liderar el Cártel Jalisco Nueva Generación, Nemesio Oseguera, también conocido como El Mencho, encabezaba un grupo de sicarios del Cártel del Milenio conocido como Los Mata Zetas. El Cártel del Milenio solía operar en Michoacán en alianza con el Cártel de Sinaloa. Sin embargo, debido al constante hostigamiento por parte de Los Zetas –primero brazo armado del Cártel del Golfo, después independiente, ahora inoperante– el Cártel del Milenio se vio forzado a reubicarse en Jalisco. Los Zetas, en particular, fueron conocidos por su extrema violencia y crueldad en sus actividades delictivas (masacres, decapitaciones, abandono de cuerpos en la vía pública, etcétera). 

 Para poder ganarle a un grupo de exmilitares de élite totalmente sanguinarios, tal como fueron Los Zetas, El Mencho extremó las brutalidades y bestialidades de la célula que encabezaba y se volvió moralmente peor que sus adversarios en sus horrores y atrocidades; y tenía lógica, dentro de una estrategia de guerra, pues logró frenar los ataques recibidos. No obstante, mientras combatía a sus enemigos, el Cártel del Milenio sufrió una crisis interna por vacíos de poder que ocasionó su fragmentación. Tras una breve disputa contra otro bando que también reclamaba la sucesión del poder, El Mencho venció y protegió su naciente imperio criminal con la fuerza de su sicariato.

 Cabe destacar que Los Zetas buscaron maestros asesinos fuera del país y encontraron en Guatemala a los kaibiles, comandos especiales que hacían ver a las fuerzas especiales de México como Boy Scouts, como irónicamente señala el periodista Ioan Grillo. En la guerra civil guatemalteca, los kaibiles realizaban actos de decapitación de enemigos en plazas públicas. Hay buenos y suficientes motivos para pensar que ellos importaron tales actos violentos a nuestras tierras a través de su contacto con Los Zetas. Además, el resurgimiento del canibalismo coincide temporalmente con la moda de las cabezas cortadas en las plazas públicas.

La politóloga Angélica Durán-Martínez explica que, si los criminales no tienen una protección creíble o no temen la eficiencia de la acción estatal, pierden incentivos para ocultarse y ganan incentivos para señalar su poder, con lo que presionan al Estado y a los rivales a través de violencia visible. Los criminales pueden entonces mostrar violencia deliberada o simplemente omitir los pasos necesarios para esconderla. En este contexto, la violencia se convierte en una herramienta estratégica para comunicar poder y disuadir desafíos, ya que la falta de consecuencias creíbles o temibles lleva a los criminales a buscar la visibilidad como medio de imposición de respeto y control. El ciclo de visibilidad de la violencia refuerza la imagen de la organización criminal como una fuerza dominante e invencible, lo cual refuerza su posición y capacidad de influencia en el entorno delictivo.

Cuanto más violenta sea una organización, continúa Durán-Martínez, menos probable será que sus competidores intenten superarla o que los miembros de la organización intenten engañar o defraudarla. La violencia se convierte en una herramienta de disuasión efectiva, con la que se disminuyen las probabilidades de desafío interno y externo. Una dinámica así está basada en el principio de que la fuerza bruta impone respeto y temor, lo que desalienta cualquier intento de desafiar o socavar el poder de la organización.

Además, cuanto más visible sea la violencia, mayor será la probabilidad de que la dureza y el poder de la organización se comuniquen al público. Tal visibilidad puede percibirse como una señal de fuerza y control, lo que fortalece la reputación y la posición de la organización en el entorno criminal. Los actos violentos pueden servir como una exhibición de poder para intimidar a potenciales rivales y reforzar la lealtad de los miembros de la organización.

En última instancia, las dinámicas de la violencia favorecen a los criminales, ya que les proporcionan una ventaja estratégica. La percepción de la organización como una fuerza imponente puede disuadir a competidores potenciales y garantizar el respeto y la obediencia de sus propios miembros. Así, la violencia se convierte en un medio para mantener el control y la supremacía en el mundo criminal, al tiempo que se proyecta una imagen de poder y autoridad ante el público en general.

De la santería al sicariato

El antropólogo Claudio Lomnitz ofreció hace un par de años una serie de conferencias titulada “Para una teología política del crimen organizado”. En su opinión, se trata de las nuevas formas morales de las economías ilícitas que han quebrado con la moral tradicional judeo cristiana: cuál es su lógica, su surgimiento y su composición. De este modo, en sus conferencias aborda el desafío moral que el canibalismo representa en el crimen organizado en México y plantea su desarrollo en cuatro etapas diferenciadas: 1) como sacrificio ritual; 2) como prueba para escoger nuevos reclutas y para distinguir fieles de traidores; 3) como rito de iniciación; y 4) como factor de desasosiego.  

El canibalismo es una práctica que ha existido en diferentes culturas en su forma culinaria, sacrificial u otras, a lo largo de la historia de la humanidad, pero para la moral judeocristiana de Occidente es, desde luego, un escándalo, un tabú. Sabemos bien que el canibalismo prehispánico formaba parte de un ritual teológico en las culturas maya, tlaxcalteca, mexica, etcétera, y que fue suprimido durante la colonia, hasta nuestros días, como práctica cultural. Cientos de años después, precisamente en los ochenta, el canibalismo resurgió con la misma finalidad, pero en una tradición religiosa diferente: la santería.

Los “Narcosatánicos” era un grupo de santeros que llevaba a cabo diferentes tipos de rituales encargados por diversos personajes: políticos, artistas y capos del crimen. Se presume que Juan García Ábrego, líder del Cártel del Golfo, era cliente frecuente de Adolfo de Jesús Constanzo, quien hacía sacrificios rituales para invisibilizar, como Lomnitz dice, la organización cuando sus integrantes cruzaran cocaína por la frontera.

Más tarde, el canibalismo se utilizó como herramienta de reclutamiento y para distinguir a los fieles de los traidores, es decir, a los que forman parte del grupo y a los que no. Lomnitz se aproxima al tema desde un punto de vista ético: para él, lo importante es la ruptura moral que implica comerse a otro ser humano. Con la guerra contra el narcotráfico de Felipe Calderón, los cárteles aumentaron la violencia y comenzaron a grabar videos que mostraban atroces actos antropófagos, quizás para inducir miedo en la sociedad, quizás para demostrar que ya no formaban parte de ella.

En tercer lugar, el canibalismo adoptó la forma de rito de iniciación. Como se ha anotado antes, El Mencho tuvo que idear planes originales para combatir a Los Zetas, grupo que, bajo el mando de Heriberto Lazcano, El Lazca, se comió, al menos, a cinco guatemaltecos en una fiesta de fin de año celebrada con autoridades del Ejército. La degustación fue de tamales y todos los presentes en la celebración sabían que eran de carne humana. No tendría que sorprender la adopción de las prácticas de un cártel por otros cárteles, puesto que el contexto de guerra y competencia lo exigía.

Así pues, el hecho de que Francisco haya debido comerse a su excompañero durante el entrenamiento para ser sicario no es del todo descabellado, sino que obedece a una razón de pertenencia a una sociedad secreta cuya exigencia es diferenciarse y romper con la otra sociedad. El rito de iniciación queda representado con la antropofagia: hay un antes y un después, hay un ellos –quienes no son caníbales– y un nosotros. El CJNG y Los Zetas no son los únicos cárteles que han recurrido al canibalismo, también hay registro de La Familia Michoacana, Los Caballeros Templarios y el Cártel de Sinaloa, por lo menos.

Finalmente, el canibalismo se transfiere “del ámbito discreto del rito de iniciación a la arena de la guerra misma”[1] y comienza a ser usado como propaganda, advertencia, herramienta del terror. En otras palabras, es un factor de desasosiego. De acuerdo con Lomnitz, se desarrolla en zonas de silencio, lugares donde la prensa no puede actuar libremente por la presencia del crimen organizado, porque ya se ha desdibujado la línea que separa buenos y malos. El ejemplo más claro es el de la fiesta de Los Zetas.

La traición como frontera

Como antropólogo, Claudio Lomnitz está interesado en el significado simbólico de los actos de canibalismo en el crimen organizado. Es por ello que ha logrado analizar la práctica y dividirla en cuatro etapas diferentes. Las primeras tres tienen en común que separan al grupo respectivo del resto de la sociedad, mientras que la última más bien representa “el momento triunfal de la organización secreta”, puesto que surge en territorios claramente dominados por la organización criminal. Sin embargo, el aspecto instrumental del canibalismo se escapa del estudio. Inseparable de lo anterior, el canibalismo como herramienta disciplinaria podría haber surgido al mismo tiempo que dejaba de ser un sacrificio ritual.

Es posible que la descripción de Lomnitz sobre el canibalismo sugiera un cierto grado de consentimiento por parte de aquellos que participan en él. El reclutamiento, la lealtad y la traición, el rito de iniciación y el factor del desasosiego son términos que evocan la imagen de un joven que pretende integrarse a las filas del crimen organizado, busca un sentido de pertenencia en la banda[2] y por lo tanto será fiel, delatará a los traidores, será iniciado en un rito y posteriormente reivindicará el acto caníbal en una celebración especial junto a sus iguales.

 No obstante, los casos de personas como Francisco plantean una perspectiva diferente y mucho más sombría sobre el reclutamiento forzado en el crimen organizado. En lugar de buscar activamente un sentido de pertenencia en el mundo criminal, son atrapados en una red de violencia y coerción que los obliga a participar en actividades delictivas, tales como asesinar y cometer actos caníbales (aunque el canibalismo no es un delito tipificado por la legislación mexicana), bajo amenaza de muerte y consumo (literal) por traición.

El concepto de traición adquiere ahora una especial complejidad. ¿A quién están traicionando? ¿A la sociedad de la que provenían originalmente, o a la sociedad a la que ahora se ven obligados a pertenecer? El rito de iniciación, lejos de ser una celebración de pertenencia, se convierte en un oscuro rito de pasaje que marca el fin de la vida que conocían y el comienzo de una pesadilla que continúa.

El canibalismo es, entonces, una herramienta de control y deshumanización extrema. Este acto de canibalismo no sólo tiene un impacto físico, sino que también tiene profundas implicaciones psicológicas. Después de haber sido forzado a cometer un acto tan atroz como consumir la carne de otro ser humano, las víctimas quedarán tan traumatizadas y desensibilizadas que serán instrumentos efectivos para perpetrar otros actos de violencia y crueldad próximamente.

En el marco de la mirada occidental hacia el canibalismo, se puede trazar un panorama diverso y complejo. En el centro de esta concepción se encuentra el canibalismo simbólico, arraigado en la mitología antigua y en las prácticas religiosas, como la representación de Cronos devorando a sus hijos en la mitología griega y la simbología de la Comunión cristiana. Ambas expresiones simbólicas del canibalismo son fundamentales en la construcción de la identidad cultural y religiosa en el mundo Occidental.

En un extremo del espectro se sitúa el canibalismo escandaloso, caracterizado por actos de consumo de carne humana que transgreden los límites morales y sociales establecidos. Ejemplos de esto incluyen casos históricos como el trágico naufragio de la Balsa del Medusa y los relatos de canibalismo entre los pueblos indígenas de América prehispánica. Tales episodios provocan repulsión y horror en la sociedad occidental, y son vistos como aberraciones asquerosas que desafían las normas básicas de la convivencia humana (no comernos entre nosotros, por decir alguna).

En el extremo opuesto, encontramos la perspectiva de la antropofagia relativista, que interpreta estas prácticas dentro de su contexto cultural y social, y reconoce la diversidad de significados y motivaciones detrás de ellas. Una visión así, ejemplificada por pensadores como Claude Lévi-Strauss, sugiere que el canibalismo puede ser comprendido en función de las circunstancias específicas en las que se manifiesta, y no necesariamente como un acto de barbarie absoluto. La perspectiva relativista invita a cuestionar los juicios morales absolutos y a considerar las complejidades de las prácticas culturales y sociales relacionadas con el canibalismo.

Entre ambos extremos, emergen otras posturas y conceptualizaciones del canibalismo que enriquecen aún más el panorama. Primero, se destaca el canibalismo heroico, surgido en situaciones límite de supervivencia, en las que los individuos se ven obligados a consumir carne humana para sobrevivir, como se ejemplifica en relatos históricos como La sociedad de la nieve. Esta forma de canibalismo plantea dilemas éticos profundos sobre los límites de la moralidad en circunstancias extremas. En segundo lugar, se encuentra el canibalismo teológico criminal, propuesto y desarrollado por el antropólogo Claudio Lomnitz, con una perspectiva ética sobre cómo es que los grupos criminales rompen con la moral dominante.

Finalmente, desarrollo la idea del canibalismo disciplinario que, aunque comparte elementos con el canibalismo teológico, se distingue por tener sus propias implicaciones y motivaciones. La categoría de canibalismo disciplinario implica el uso del canibalismo como una forma de disciplinar, controlar, castigar a ciertos grupos sociales, es decir, a los sicarios en entrenamiento, como se ha documentado en diversos videos del Blog del Narco o testimonios brindados a periodistas. El canibalismo se convierte ahora en una herramienta de dominación y opresión, utilizada para imponer el orden y subyugar a los nuevos reclutas al nuevo orden de la nueva sociedad y de la nueva moral.

En conjunto, estas diversas conceptualizaciones del canibalismo en el contexto occidental revelan la complejidad y multidimensionalidad de la práctica en la historia y la cultura. Desde sus manifestaciones simbólicas, religiosas, mitológicas hasta sus formas más escandalosas y contextualizadas, el canibalismo desafía nuestras nociones de moralidad, identidad y poder, y nos invita a explorar las profundidades de la condición humana y las complejas interacciones que permean nuestra cultura y sociedad criminal. El horror no es sólo escándalo. A veces es estrategia. A veces es doctrina. A veces es lo que queda cuando todo lo demás ya se rompió.

[1]  Lomnitz, Claudio. (2023) Para una teología política del crimen organizado. Ediciones Era.

[2] El sentido de pertenencia es muy importante en el crimen organizado. Algunos cárteles tienen uniformes, otros tienen escudos y La Familia Michoacana vende gorras con el emblema de la organización por Instagram.

Lucía Hesles

Estudiante de Ciencia Política y Derecho con interés en el estudio del crimen organizado, la violencia y los derechos fundamentales.

Su enfoque de investigación es crítico e interdisciplinario.

Le apasiona escribir, viajar y descubrir narrativas ocultas.

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