Banksy a la luz de la criminalización del arte urbano: ¿Libertad de expresión o vandalización? 

Los humanos somos unas criaturas tan paradójicas que al lado del talento más sublime puede coexistir la debilidad más necia y más vulgar.

- Rosa Montero, La loca de la casa 

El arte urbano ha sido objeto de debate alrededor del mundo por muchas décadas y parece ser que no se ha llegado a una conclusión definitiva. Por lo que surge la interrogante sobre hasta dónde se considera libertad de expresión y en qué momento se actualiza el daño a propiedad privada, infraestructura pública o incluso, monumentos históricos. ¿Acaso hay criterios que lo establezcan? ¿El arte urbano es digno de admiración o limpieza?

Banksy, inglés dedicado al arte urbano, siendo uno de los personajes más representativos en este ámbito desde la década de los 80s, busca transmitir desde su arte temas como críticas a los sistemas políticos, al antimilitarismo, al capitalismo y consumismo, pero también en ocasiones hace referencia al humor negro, al arte pop e incluso a temas más románticos. De hecho, entre 1999 y 2001, Banksy estuvo presente en Chiapas pintando diferentes murales que hacían referencia al fútbol y a la resistencia, uno de ellos expresaba el entonces en auge movimiento zapatista. 

Recientemente ha aparecido una nueva expresión del artista que no tiene un impacto político en realidad, pintó una frase en Francia ideal para los hopeless romantics, diciendo I want to be what you saw in me. Bansky siempre busca sorprender y nunca se sabe dónde aparecerá una manifestación suya ni sobre qué tema. Sin embargo, Bansky es un gran ejemplo de cómo el arte urbano puede considerarse como un foco de atención sobre temas que merecen visualización, pero también como una expresión de belleza. Es imposible no preguntarse, ¿por qué no todo el arte urbano es considerado arte?

El arte urbano es considerado ilegal y sancionado en diversos países, aunque las leyes y penalizaciones varían significativamente según la jurisdicción. Por ejemplo, en Singapur, cuentan con la Ley de Vandalismo de 1966, una estricta legislación que impone de tres años de prisión hasta azotes en caso de realizar graffiti, considerado como un tipo de arte urbano. Un caso notable es el del suizo Oliver Fricker, quien en 2010 fue condenado a cinco meses de cárcel y tres azotes por pintar dos vagones del metro. 

En Estocolmo, se implementó una política de tolerancia cero hacia el graffiti desde 1994. Las personas que realizan pintadas sin permiso pueden enfrentar hasta un año de cárcel. La ciudad prohibió los permisos para paredes legales de graffiti, considerando que estas expresiones pueden incitar a otros delitos. Un sistema muy prohibicionista que pareciera funcionar, pero la línea entre permisión y opresión pareciera ser muy delgada. 

Ahora, en México, el arte urbano no está prohibido de forma generalizada, pero sí puede constituir una infracción administrativa, dependiendo del tipo de propiedad afectada. Sin embargo, como se ha visto, sobre todo en los últimos años, el grafiti se ha vuelto un mecanismo de expresión significativo. En cada marcha que se lleva a cabo en Paseo de la Reforma en la Ciudad de México se ven diferentes tipos de vandalismo, pues se llevan a cabo tanto en locales comerciales como en monumentos históricos como es el Ángel de la Independencia. Dicho vandalismo ha sido tan reiterativo que la autoridad ha tenido que blindar monumentos como este para evitar daños. Incluso se les ha criticado por proteger con mayor cabalidad los monumentos que aquello que la ciudadanía busca que mejore. 

De tal forma que, el arte urbano, se ubica en una zona gris jurídica donde coexisten la libertad de expresión y el respeto al derecho de propiedad; sin embargo, penalizar de forma rígida puede invisibilizar demandas sociales legítimas y limitar el valor cultural del espacio público. Son dos garantías individuales establecidas en la constitución que entran en conflicto y pareciera ser que una solución, más allá de volvernos meramente prohibicionistas, sería legislar de manera que la libertad de expresión y el derecho a la propiedad puedan coexistir. ¿A quién no le gusta una pintura de Banksy? El arte está hecho para verse, analizarse e interpretarse de manera que transmita temas trascendentales y cruce fronteras. ¿Por qué el siguiente Banksy no podría estar entre los ciudadanos? 


Daniela Suárez

Estudiante de Derecho en el ITAM, con experiencia en comercio exterior y fiscal.

Le interesan los Derechos Humanos, la propiedad intelectual y las relaciones internacionales.

Es escritora y amante del arte, especialmente la pintura, la escultura y la poesía.

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