Discursos de odio en la era digital: una reflexión necesaria

“Esta es la historia de una sociedad que se hunde. Que mientras se va hundiendo no para de decirse: hasta ahora todo va bien…”

- La Haine, 1995

Me despierto en completa oscuridad, al unísono con unos cuantos -ya muchos- maniáticos del tiempo para iniciar con la cotidianidad del día, incluso antes de que el Zorzal entregue sus primeros cánticos. Entre la levedad de la madrugada, escucho de fondo un podcast de noticias, porque claro, la inmediatez y la velocidad de los tiempos modernos me obligan a escuchar lo que antes me permitía leer. El día transcurre con su habitual mecanismo y entre una oficina con grandes ventanales, una cafetería gentrificada, o un metro atiborrado -no importa el lugar, la historia es la misma-, las narrativas me abruman por todas direcciones sin piedad ni remordimiento alguno. Violencia, odio, intolerancia, racismo, homofobia, misoginia, fanatismo, xenofobia y clasismo son las manifestaciones de la palabra violenta que se han convertido en la norma de socialización, en el nuevo ejercicio del poder… lo más ruin de la especie humana expresado tanto en el universo físico como en el universo digital. 

En un mundo cada vez más indiferente, nos encontramos ante un vaciamiento cultural y una profunda crisis marcada por “la pérdida de la palabra, la verdad, la ética, la dignidad humana, la pluralidad y el diálogo” (Dayán, 2025). Entretanto, los discursos de odio se propagan más rápido que una plaga de mosquitos queriendo alimentarse del líquido vital de la vida. Retóricas incendiarias que estigmatizan y deshumanizan a “Los Otros”, y que son incentivadas por los mismos personajes que nos gobiernan y se encuentran en la cúspide del poder. Peor aún, estas retóricas son generadas y replicadas por personas como tú y como yo, que de manera más inconsciente que consciente, somos dependientes de las redes sociales como medios para legitimarnos política y socialmente. 

Las grandes compañías tecnológicas como X, Google y META, tienen un papel crucial en esta tormenta, sobre todo porque sus espacios reproducen y amplifican las narrativas de odio -y el odio per se- sin restricciones que desarraiguen la barbarie de las letras, los códigos y los mensajes. Los cambios de META de no intervenir en la de moderación de contenido porque “eso es libertad de expresión”; la conversión de X en una herramienta de extrema derecha, de fascismo y de supremacía blanca; la eliminación de fechas de conciencia cultural en Google Calendar; un entorno donde se manipula y distorsiona la información y donde personalidades con intereses individuales y políticos moldean percepciones, decisiones y comportamientos colectivos a sus anchas, son las nuevas realidades de una sociedad que se va hundiendo, pero que no para de decirse: “hasta ahora todo va bien…”

En las entrañas mismas de esta tormenta, me he cuestionado más preguntas de las que puedo comprender. ¿De dónde viene tanto odio infundado? ¿Acaso no los derechos vienen prescritos con deberes y responsabilidades? ¿Qué tan libres son los espacios donde nos comunicamos y hacemos escuchar nuestras voces? ¿Es la libertad de expresión la justificación idónea para los discursos de odio perpetrados en las redes sociales? ¿Tiene límites nuestra libertad? ¿Es aceptable la restricción a la libertad de expresión? ¿Dónde está el límite? 

Menuda paradoja.

Heycher (2025) dice que este no es un debate técnico, sino una reflexión filosófica sobre los límites de lo permisible y las posibilidades del discurso. Y es que no sabemos cómo vivir, ser y estar en un mundo detrás de pantallas anónimas y redes sociales insensatas. Si bien, existe la idea compartida de que la libertad de expresión es una de las bases fundamentales del sistema democrático y una de las principales herramientas contra las violaciones de los derechos humanos, ¿qué pasa cuando personajes utilizan esa misma herramienta como instrumento para difundir mensajes ideológicos populistas y, de esta manera, fundamentar la apología del odio?

El Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos (PIDCP) define el derecho a la libertad de expresión como aquel derecho a “buscar, recibir y difundir información e ideas de toda índole, sin consideración de fronteras, ya sea oralmente, por escrito o en forma impresa o artística”. Sin embargo, también establece que dicho derecho entraña deberes y responsabilidades y, por lo tanto, puede estar sujeto a ciertas restricciones que deberán estar expresamente establecidas en las normativas internacionales y nacionales. Así, toda apología de odio que constituya incitación a la discriminación, la hostildiad o la violencia quedan prohibidas por la ley. Por su parte, el Plan de Acción de Rabat sobre la prohibición de la apología del odio señala que es esencial hacer una cuidadosa distinción entre formas de expresión que deberían constituir delito y formas de expresión que no deberían ser perseguidas penalmente, pero que podrían justificar una demanda civil, y formas de expresión que no deberían dar lugar a sanciones, pero que en todo caso suscitan preocupación en términos de tolerancia, civismo y respeto hacia las convicciones de terceros (Amnistía Internacional, 2021).

En fin, consideraciones normativas para un mundo en donde la ley transita sobre realidades inexistentes. 

Pero entonces, ¿qué podemos hacer lxs ciudadanxs como tú y como yo ante el odio extendido en plataformas digitales atrofiadas por el poder? Creo que el primer paso debería iniciar con una muy seria tarea de autorreflexión -que como argumenta Meschoulam (2025)-, pasa por identificar los discursos propios, el lenguaje que empleamos, los personajes que forman parte de nuestras narraciones, a quiénes designamos el rol de héroes, quiénes son los villanos que están “contra nosotros”, quiénes son protagonistas y antagonistas, y quiénes son nuestros personajes guía, modelos o “magos” que nos enseñan el camino. Esto es, reconocer de qué formas usamos nuestras historias para legitimarnos política y socialmente. 

En este proceso, reflexionar sobre la forma en la que nos comunicamos y hacemos escuchar nuestras voces, tanto en los espacios físicos como digitales, se vuelve indispensable. Hace algunos años, escribía con la rabia en una mano y el fuego ardiendo en la otra; escribía mis gritos y los de loas otroas, escribía a partir de un odio -sí, de un odio- hacia las figuras de arriba y su forma de hacer política. Esa era mi forma de extraer el fuego a través de la palabra, palabra muchas veces impulsiva e inconsciente. Por ejemplo, en mi columna para El Sol de México escribí que el “Estado era una hipócrita”, pero mi texto fue modificado -no por el periódico, sino por mis propias compañeras de trabajo- porque les resultaba un tanto “fuerte” el lenguaje que había utilizado y políticamente incorrecto otro tanto.

Creo que también es válido sacar la rabia y la indignación a través de la palabra consciente, porque cada unx tiene sus propios procesos de ser y estar, sentir y expresar. Sin embargo, ahora también creo que ya no son tiempos para seguir gritando entre tanto ruido y caos, porque así, las palabras pierden peso y significado. IC3PEAK, un dúo de músicos rusos de la escena electrónica gótica lo ha entendido muy bien puesto que las cenizas de su fuego se han asentado y su frustración -personal y política- se ha convertido en algo más suave y poético. En una entrevista para 032c, Anastasia Kreslina (2025) menciona:

“Ya no es momento de eslóganes y declaraciones. Solía tener mucha más carga política, más vocal, feroz, agresiva y radical. No creo que ya puedas hablarle al alma de la gente de esa manera porque todos gritan desde todos los rincones. El mundo es muy extraño. Si gritas junto a él, simplemente te disolverás en él. Creo que cuanto más callado estés, cuanto más bajo hables, más íntima y personalmente podrás llegar al alma de alguien [...]. Creo que no gritar ni elegir bando es lo más radical que puedes hacer en este momento”.

Las últimas palabras de reflexión que me gustaría dejar en este espacio es invitarlxs a explorar nuevos cielos digitales, nuevas plataformas descentralizadas, contrahegemónicas y conscientes del odio difundido en estos tiempos modernos. Dayán (2025), en su columna para Animal Político, hace una reflexión sobre su presencia en X. Dejo sus líneas para concluir: 

“Me atrevo a decir que si esto hubiera ocurrido hace unos años o lustros, la salida masiva de usuarios de X se hubiera dado de inmediato. Ahora no ocurre y esto es un síntoma más del desfondamiento de nuestro tiempo. Sobran argumentos pragmáticos para mantenerse dentro de la plataforma, pero al fondo lo que hay es indiferencia [...]. Permanecer en X resulta, en mi opinión, complicidad involuntaria del desfonde civilizatorio”.  

Agradezco la apertura de nuevos espacios, como este, para poder expresar palabra de reflexión desde los corazones y la conciencia humana. Gracias querida amiga Natalia, por tu nuevo proyecto y tu valentía entre tanto caos e indiferencia. Como mujeres necias que somos, seguiremos entretejiendo puentes que construyan otras realidades posibles, seguiremos haciendo escuchar nuestras voces, sea a través del grito o del susurro, en medio de “La tormenta y el día después".

Andrea Chavarría

Investigadora y activista con licenciatura en Relaciones Internacionales.

Dos años de experiencia en sistematización de procesos en ONGs, así como en investigaciones académicas en las áreas de Derechos Humanos, Estudios de Género y construcción de paz.

Actualmente es Investigadora Junior en CIPMEX y Client Agent en Alexandra Lozano Immigration Law.

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