“Proteger nuestra paz”: ¿A qué costo emocional y social?

Nunca fue tan fácil saberlo todo. Y nunca fue tan común no querer saber nada. Vivimos en la era de la información, pero también en la del silencio elegido.“No veo noticias, me arruinan el día.” No importa si se trata de un feminicidio en México, una guerra en Medio Oriente o una nueva crisis climática: la respuesta es la misma. “Solo me altera, y no puedo hacer nada al respecto.”

Un mecanismo de defensa que responde a una realidad emocionalmente saturada tiene sentido. Lo que resulta inquietante es cómo esta respuesta personal se está volviendo una norma generacional. Y lo que es aún más preocupante: cómo esta norma, en lugar de empoderar, se convierte en anestesia social.

Decir que “proteger nuestra paz” es incompatible con ver el mundo tal como es puede parecer extremo, basta observar lo que ocurre cuando dejamos de mirar. La desaparición forzada de personas en México ya no provoca indignación, solo resignación. Las noticias sobre migrantes muertos en la frontera ya no encienden conversaciones, solo silencios incómodos. ¿Cuándo fue la última vez que hablamos, en serio, sobre Gaza?

Esta desconexión emocional no es cobardía, pero tampoco es neutral. Es un síntoma, el resultado de años de exposición ininterrumpida a crisis, tras crisis, sin herramientas para procesarlas, y sin espacios donde hacerlo en comunidad. Pero es también una elección. Y como toda elección colectiva, tiene consecuencias políticas.

La paz como refugio (pero también como trinchera)

El auge del bienestar emocional ha traído consigo beneficios indiscutibles. Hemos aprendido a poner límites, a nombrar nuestra ansiedad, a buscar ayuda. Pero también hemos empezado a normalizar la desconexión como forma de autocuidado. Los algoritmos lo saben: mientras más contenido evitamos, más nos “protegen” de verlo. Doomscrolling, toxic news, fatiga empática: ya tenemos palabras para todo eso. Pero no hemos resuelto qué hacer con ellas.

Y aquí es donde aparece una contradicción importante. Esta forma de “cuidar nuestra paz” convive con uno de los momentos históricos de mayor acceso a la información. Tenemos en la palma de la mano la posibilidad de enterarnos en tiempo real de lo que ocurre en cualquier rincón del mundo, pero decidimos mirar hacia otro lado. No por ignorancia, sino por saturación. No por falta de acceso, sino por una mezcla peligrosa de cansancio emocional y comodidad.

Además, esta narrativa de autocuidado extremo va de la mano con un giro cultural más amplio: el auge del individualismo. Proteger la paz se vuelve un proyecto enteramente personal, desvinculado del otro, del entorno, del dolor colectivo. Y aunque es necesario cuidar la salud mental, también es crucial reconocer cuándo ese cuidado se convierte en excusa para desentenderse del mundo. Porque si solo cuidamos nuestra paz, ¿quién cuida de lo común?

El caso México: entre la evasión y la urgencia

La realidad en México es un ejemplo claro, los niveles de violencia, desapariciones y crisis ambientales generan tal nivel de angustia que muchos prefieren apagarlo todo. En mi entorno he escuchado frases como: “No leo noticias de México porque me hacen sentir impotente.” Pero ignorar lo que nos duele no hace que desaparezca, nos vuelve ajenos.

Y si no eres tú quien ha perdido a un hijo, a un hermano o a un padre, eso no te excluye de mirar. Al contrario: te obliga más. Porque tienes el privilegio de poder informarte desde la distancia. Si tú, con todo ese acceso, eliges dar la vuelta, ¿quién queda para sostener la memoria, para exigir justicia, para acompañar el duelo colectivo?

Decir “me quiero alejar de eso porque me hace daño” puede sonar legítimo. Pero pregúntate: ¿quién realmente quisiera estar ahí? ¿Acaso los padres de los desaparecidos no desearían poder alejarse también? ¿No querrían, con cada fibra de su cuerpo, que eso nunca hubiera pasado? Pero no pueden. Viven ahí. Permanecen. Exigen. Sufren. Que tú puedas optar por no mirar es un reflejo de privilegio, y convertirlo en principio moral es simplemente egoísmo.

El costo colectivo del desapego

Evitar las noticias puede parecer un acto individual, pero cuando se vuelve masivo tiene efectos sociales. La apatía política crece, y lo que antes nos conmovía, ahora nos paraliza o simplemente nos es indiferente. Las tragedias que no vemos tampoco generan respuestas.

Según el Digital News Report 2023 del Instituto Reuters, el 39% de las personas a nivel global evita activamente las noticias, los jóvenes lideran esa estadística. En un intento por proteger la salud mental, corremos el riesgo de debilitarnos cívicamente.

Lo verdaderamente revolucionario no es la desconexión. Lo disruptivo hoy es preocuparse. Permitir que las cosas nos importen. Como escribió Dan Sinker en El País el 4 de junio de 2025: “Las cosas importan porque las personas importan. E importan porque nos importan a nosotros.” En tiempos donde el desinterés se disfraza de sabiduría emocional, atreverse a mirar de frente es un acto radical. Hay algo profundamente humano en dejarse afectar por lo que pasa.

¿Es posible cuidar la salud mental sin desconectarse del mundo?

Sí, pero requiere intencionalidad. No se trata de exponerse a todo, ni de cargar con el peso del mundo. Se trata de desarrollar un consumo consciente de información: elegir medios confiables, establecer horarios para informarse, evitar la exposición continua a lo devastador sin pausa.

Proteger nuestra paz no debería significar cerrar los ojos, debemos construir formas nuevas de conectar con el mundo que nos permitan cuidarnos sin desconectarnos. Porque proteger la paz también es defender la verdad, aunque duela.

Referencias consultadas

Digital News Report 2023, Instituto Reuters.

Dan Sinker, “La era del ‘a quien le importa’”, El País, 4 de junio de 2025.

Artículo 19. Cartografías de la desinformación en México: perspectivas desde el periodismo.

DISA. The Erosion of Truth and the Rise of Misinformation.

Comisión Europea. Understanding Citizens' Vulnerabilities to Disinformation and Data.


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