Los narco-comunicados como expresión de la voz de la criminalidad mexicana

Las narco-mantas se han convertido en un fenómeno de nuestra sociedad desde hace casi veinte años (alrededor del 2006 comenzaron a aparecer con frecuencia). Aunque no en todos los casos, en significativas ocasiones, las narco-mantas acompañan cadáveres o partes del cuerpo cercenadas. El mensaje que emiten no está exclusivamente contenido en el medio que corresponde a la narco-manta en sí, sino que incluye el brutal signo de violencia demostrado por el propio cuerpo humano acaecido. Las narco-mantas suelen amenazar a quienes se dirigen, pero también al resto de la sociedad, pues están dispuestas en espacios públicos, a ojos de la comunidad en la que aparecen y de los medios de comunicación que las comparten. Los criminales han optado por usar las narco-mantas como vehículo para comunicarse entre sí y con las autoridades, ya que no tienen otros canales disponibles para emitir sus sentires sin arriesgarse a ser atrapados.

Ahora bien, hemos de distinguir, dentro de las narco-mantas, entre las narco-pintas y los narco-comunicados. Escribe la antropóloga Natalia Mendoza en Narco-mantas o el confín de lo criminal (2016) que las primeras son “etiquetas que se sobreponen a la evidencia física de la violencia para apropiarse de su valor simbólico”, lo cual es así porque cumplen con dos funciones lingüísticas: adjudicación y amenaza. Aquello que se adjudican es la acción violenta que acompañan, pues las narco-pintas suelen aparecer al lado de cadáveres, cabezas, desmembrados, etcétera, mientras que la amenaza radica en la advertencia que hacen: esto les pasará a aquellos o aquellas que osen desafiar a los autores (materiales o intelectuales) de la ejecución. Otra característica de las narco-pintas es que están dirigidas a grupos específicos de la población, mas no a la población en general. Finalmente, también suelen significar una idea de justicia, puesto que se trata de ajustes de cuentas, castigos por traición, usurpación territorial o incluso una limpieza.

Los narco-comunicados, en cambio, de acuerdo con la autora, no expresan ideas de justicia ni realizan amenazas, sino que manifiestan agravios. Están dirigidos a la sociedad en general o a las autoridades, incluido el presidente. También suelen escribirse con letras rojas y negras, al igual que las mantas sindicales. Mendoza ejemplifica los narco-comunicados con uno escrito por los Caballeros Templarios de Michoacán dirigido a Felipe Calderón, en el contexto del final de su sexenio (2006-2012). Tal narco-comunicado empieza con un “a través de estas mantas, ya que no tenemos otro medio para comunicarnos” (énfasis añadido). El grupo criminal y sujeto colectivo que firmó el texto se sitúa a sí mismo en una “posición de exclusión, de carencia e incluso de victimización”. Los narco-comunicados tienen una intención de publicidad, parecida al carácter público de la política. No son mensajes privados expresados públicamente (como las narco-pintas), sino que son mensajes públicos expresados públicamente.

Sin embargo, apunta la antropóloga, ni el remitente ni el destinatario están del todo definidos: usan la voz de la sociedad civil, se dirigen al público y critican al gobierno. Los autores de los narco-comunicados se sitúan en la ciudadanía, en el pueblo. Si una de las operaciones fundamentales del discurso político es formar un nosotros y un ellos, entonces los narco-comunicados definen fronteras, establecen identidades y categorías. Los miembros del crimen organizado que escriben narco-comunicados se identifican con la sociedad civil y denuncian el narco-gobierno, paradójicamente. De esta forma, la criminalidad mexicana expresa su voz pública con los narco-comunicados: denuncian desde una perspectiva ciudadana la corrupción gubernamental, exigen condiciones de igualdad (es decir, que las autoridades no beneficien grupos rivales), como si los gobiernos fueran árbitros de la ilegalidad. La criminalidad mexicana tiene su propia voz, su propia identidad política, constituye un sujeto colectivo que actúa políticamente dentro de nuestra sociedad y que tiene cosas que decir, reclamar, expresar.

Asimismo, hemos de considerar también el efecto que tienen en la otra parte de la sociedad, aquella que no forma parte del submundo criminal: generan miedo y una situación de inseguridad en las calles, principalmente las narco-pintas que acompañan actos brutales de violencia publicada. Como bien señala Angélica Durán Martínez en The Politics of Drug Violence (2017), cuanto más visible es la violencia, más probabilidades hay de que la rudeza y el poder de la organización sean comunicados al público, lo cual representa una ventaja para el criminal, sea definida esta visibilidad como la exposición o reclamo de responsabilidad de los ataques. Entonces, ¿qué nos dicen las narco-mantas y los narco-comunicados? Quizás un disgusto hacia la política de nuestro país que no imparte justicia ni entre los inocentes ni entre los culpables (la contrasociedad criminal), un hartazgo de la corrupción que caracteriza nuestro sistema político. Sin duda revelan una situación compleja de violencia y de rasgadura en el tejido social.

Lucía Hesles

Estudiante de Ciencia Política y Derecho con interés en el estudio del crimen organizado, la violencia y los derechos fundamentales.

Su enfoque de investigación es crítico e interdisciplinario. Le apasiona escribir, viajar y descubrir narrativas ocultas.

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