Obras de arte en tránsito: entre origen, memoria y mercado

“Creo que el artista no puede encontrar en la naturaleza todos sus arquetipos, sino que los más notables le son revelados en su alma”.

Escritos sobre arte, literatura y música, Charles Baudelaire

A lo largo del tiempo se han creado magníficas obras de arte. Sin embargo, no siempre se encuentran en su lugar de origen, de creación.  Obras como La Dama de Oro, robada por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial; los fragmentos de Fidias pertenecientes al Partenón en Grecia; todas aquellas piezas egipcias que están alrededor del mundo; el óleo de Frida Kahlo retratándola y a Diego Rivera en San Francisco, son piezas que no se encuentran en su nación.  Algunas permanecen en su país, otras con quienes las compraron o heredaron, y muchas más fueron desplazadas.

Dichas obras son ejemplos de piezas que fueron robadas, transportadas, regaladas o vendidas. Cada una cuenta una historia, tiene un contexto, nos ilustra por qué fueron hechas, bajo qué circunstancias, las emociones de sus creadores o simplemente la materialización de la imaginación.  Tomando eso en cuenta, surge el cuestionamiento de dónde deberían estar dichas obras. ¿Qué significa justicia para el arte: preservación universal o retorno a la memoria de su pueblo?

Estos movimientos de arte están cargados de historia, pues no siempre fueron voluntarios. Muchas veces había violencia de por medio, como es el caso de los cuadros de Gustav Klimt. Como se mencionó, La Dama de Oro, retrato de Adele Bloch, fue robada, en el saqueo de la casa de la familia Bloch-Bauer. Esta pieza vio pasar ante sus ojos violaciones, golpes y persecuciones. Una vez terminada la guerra, quedó en manos del gobierno austriaco, hasta que la sobrina de Adela, misma que huyó de la guerra cuando era niña, recuperó la obra a través de un litigio internacional. Es uno de los pocos casos que muestran cómo la propiedad importa, no siempre la nacionalidad, pues ahora el cuadro se expone en la Neue Gallery en la quinta avenida de Nueva York. Volvió con su dueña y es idolatrada por cientos de personas diariamente.

Sin embargo, ese final feliz no es el caso de todas las obras de arte. Hay un gran debate sobre dónde deben radicar las piezas. Por ejemplo, hay una controversia entre Grecia y el Reino Unido sobre los mármoles de Elgin. Y no nos vayamos tan lejos, México se ha visto envuelto en más de una ocasión en esta controversia, como fue el caso de las piezas prehispánicas exhibidas y subastadas en París y Nueva York. También, un gran ejemplo es el penacho de Moctezuma que se encuentra exhibido en el Museo de Etnología en Viena. Se ha escuchado en más de una conversación la queja de los mexicanos respecto a que el penacho se encuentra en un rincón lejos de nuestra patria cuando en realidad debería estar en territorio mexicano, siendo apreciado de primera mano por los descendientes de la cultura mexica. ¿Es correcto viajar más de 9000 kilómetros para apreciar nuestro legado cultural? El gobierno mexicano ha solicitado su devolución sin tener éxito.

Frente a estas tensiones, surge la posibilidad de fortalecer los tratados internacionales que regulen el destino de las obras de arte. A favor, podrían garantizar un marco común que facilite la restitución y evite el tráfico ilícito; además, ofrecerían reglas claras para conciliar intereses entre países, museos y coleccionistas. En contra, algunos señalan que estos acuerdos pueden ser difíciles de implementar, que cada caso tiene particularidades históricas y legales, y que imponer devoluciones podría poner en riesgo la conservación. En última instancia, la pregunta queda abierta: ¿debemos apostar por una regulación global más estricta o aceptar que el arte, como la historia, seguirá marcado por desplazamientos y disputas? La respuesta no está escrita en piedra, pero sí en el diálogo y en la conversación que se construye como sociedad.

En mi opinión, el libre mercado del arte es fundamental, pues permite la circulación, el intercambio cultural y la valoración económica de las obras. Sin embargo, considero que existen piezas de extrema importancia histórica y simbólica que no pueden tratarse únicamente como mercancías. Por su antigüedad y fragilidad requieren cuidados especializados, y lo ideal es que se resguarden en instituciones que cuenten con los recursos para garantizar su conservación. Esto no implica restringir totalmente el mercado, sino complementarlo con convenios y tratados internacionales que aseguren que el patrimonio más delicado se preserve de manera adecuada, al tiempo que se fomenta el acceso y la difusión cultural.

Daniela Suárez

Estudiante de Derecho en el ITAM, con experiencia en comercio exterior y fiscal.

Le interesan los Derechos Humanos, la propiedad intelectual y las relaciones internacionales.

Es escritora y amante del arte, especialmente la pintura, la escultura y la poesía.

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